sábado, agosto 30, 2008

Huella de luz (Rafael Gil, 1942)

Con un guión basado en una obra de Wenceslao Fernández Flórez, uno de los escritos más adaptados al cine español de la época, Huella de luz se inscribe inconfundiblemente dentro del género de alta comedia de ambiente cosmopolita cultivado por Jacinto Benavente, y que tanto éxito aún tenía en los años 40. Como en estas comedias, la acción de la película se sitúa principalmente en un hotel lujoso de un país desdibujado e indeterminado a donde va a alojarse la elite de la nobleza y la burguesía.

La película nos cuenta la historia de un pobre oficinista que vive con su madre y al que su jefe le regala algo caprichosamente dos semanas de estancia en un hotel lujoso. El joven oficinista, una vez instalado en el hotel, se deja llevar por el ambiente y se inventa su propio pasado y su identidad ante los jóvenes millonarios, y acaba enamorando y enamorándose de una riquísima y gapa muchacha. A la vez, en el hotel se alojan unos enviados de la república de Turolandia, un país del este de régimen democrático y altamente corrupto. Estos enviados tienen la misión de comprar ropa militar a dos empresarios, previa aceptación de comisiones. Uno de estos empresarios es el jefe del oficinista y el otro el padre de la muchacha enamorada del oficinista. Después de varios lances, el pobre y gris oficinista vuelve resignado a su anterior vida, igualmente pobre y gris. La película termina con un final feliz propio del género de la comedia: gracias a la intervención, de nuevo, favorable de su jefe, el oficinista asciende de clase social al ser nombrado apoderado y puede prometerse con su joven y rica enamorada

Huella de luz tiene como protagonista, como otras muchas películas de la época, a un pobre trabajador, de vida gris y sin aliciente. (Véase, por ejemplo, El hombre que se quiso matar del mismo Rafal Gil, con guión basado también en una obra de W. Fernández Flórez). Estos personajes suelen ser oficinistas, atados a un trabajo aburrido y premiados (¿condenados?) con un sueldo mínimo. Frente a esta vida de estrecheces y miseria, la vida lujosa del Hotel representa el cumplimiento de los sueños del oficinista: allí come hasta hartarse, disfruta del lujo, se divierte con amigos, se deshace de un vínculo materno asfixiante. Allí encuentra también el amor. Este tipo de vida hace que se avergüence de su origen, hasta el punto de inventarse fantasiosamente una biografía y de llegar a ocultar a su madre cuando ésta va a visitarle por sorpresa al hotel. Finalmente se da cuenta de la distancia insalvable de clase que le separa de los jóvenes ricos y despreocupados, y del abismo entre su vida y la del hotel. Con todo, también puede comprobar la existencia de una especie de "supremacía moral" de la clase trabajadora a la que pertenece frente a esa clase ociosa y cruel.

Resulta interesante también el tratamiento paródico que se da en la película a la república de Turolandia, conforme a la ideología anti-democrática extendida por la época. El presidente de esta república, se nos dice, es literalmente un ladrón. Y los dos representantes se mueven únicamente por el interés económico de las comisiones, además de ser ellos mismos los personajes más ridículos de la obra. Al final de la película, reciben un telegrama anunciando que el país ha sufrido un golpe de estado y que se ha cambiado de gobierno, con lo que se qedan sin trabajo y sin comisiones. Corrupción e inestabilidad, por tanto, son la caracterización principal de la democracia.

La película es, sin duda, una de las más conseguidas dentro de la larga trayectoria de Rafael Gil y se ve con mucho agrado.

viernes, agosto 29, 2008

Viaje sin destino (Rafael Gil, 1942)

Con guión del célebre Santugnini, Viaje sin destino es una divertida comedia - a veces roza el absurdo - con diálogos brillantes y realización desenfadada. A muchos historiadores del cine les costará dar cuenta de semejante película producida en los Años de hierro de nuestra reciente historia.

Cuenta la idea que un empleado en una empresa de viajes, aficionado a las novelas de aventuras y misterio, lleva a efecto al proponer a los aburridos turistas del siglo XX un viaje cuyo destino desconoce. Como sostiene el personaje, una vez que en el mundo han desaparecido los antropófagos, las selvas vírgenes y peligrosas, y en el mundo no hay nada sorprendente que visitar, se hace necesario recrear el peligro y el misterio con el fin de emocionar de nuevo a los turistas avarientos de experiencias fuertes. El primer viaje de este tipo acaba envuelto en una trama de pseudo-fantasmas, falsos asesinatos e intentos ciertos de homicidio. La película se entretiene en plasmar y caricaturizar a los distintos personajes (entre ellos un impresionable y prolífico autor de novelas en busca de la inspiración necesaria) y en desarrollar una compleja trama de falsas apariencias, además de parodiar de paso algunos temas del incipiente cine de terror.

Es de destacar el hastío de la vida "prosaica", del trabajador y oficinista que también encontramos en otras obras de esta misma época, que busca una vida más auténtica y plena, o al menos que le depare sensaciones más intensas.

Como hemos apuntado antes, los críticos de este tipo de cine tacharán la película de "inauténtica". En una época de hambrunas, injusticias sociales y políticas, es una irresponsabilidad realizar un cine de evasión y, aún más, que presente la "realidad española" como necesitada de escapismo turístico: bastante tenían con "echarse un pan a la boca", como para buscar experiencias fuertes en el turismo. Este cine sería un modo de encubrir la realidad, de falsearla, para hacerla más soportable. Si bien ya es hora de volver nuestra mirada sobre esta época y reconocer que quizá los tristes oficinistas sí soñaban en los años cuarenta con realizar alguna vez en su vida un "viaje sin destino".