
La película nos cuenta la historia de un pobre oficinista que vive con su madre y al que su jefe le regala algo caprichosamente dos semanas de estancia en un hotel lujoso. El joven oficinista, una vez instalado en el hotel, se deja llevar por el ambiente y se inventa su propio pasado y su identidad ante los jóvenes millonarios, y acaba enamorando y enamorándose de una riquísima y gapa muchacha. A la vez, en el hotel se alojan unos enviados de la república de Turolandia, un país del este de régimen democrático y altamente corrupto. Estos enviados tienen la misión de comprar ropa militar a dos empresarios, previa aceptación de comisiones. Uno de estos empresarios es el jefe del oficinista y el otro el padre de la muchacha enamorada del oficinista. Después de varios lances, el pobre y gris oficinista vuelve resignado a su anterior vida, igualmente pobre y gris. La película termina con un final feliz propio del género de la comedia: gracias a la intervención, de nuevo, favorable de su jefe, el oficinista asciende de clase social al ser nombrado apoderado y puede prometerse con su joven y rica enamorada

Resulta interesante también el tratamiento paródico que se da en la película a la república de Turolandia, conforme a la ideología anti-democrática extendida por la época. El presidente de esta república, se nos dice, es literalmente un ladrón. Y los dos representantes se mueven únicamente por el interés económico de las comisiones, además de ser ellos mismos los personajes más ridículos de la obra. Al final de la película, reciben un telegrama anunciando que el país ha sufrido un golpe de estado y que se ha cambiado de gobierno, con lo que se qedan sin trabajo y sin comisiones. Corrupción e inestabilidad, por tanto, son la caracterización principal de la democracia.
La película es, sin duda, una de las más conseguidas dentro de la larga trayectoria de Rafael Gil y se ve con mucho agrado.