Rafael Gil (1913-1986) es uno de los realizadores más destacados de la época clásica del cine español. Muchos recordarán, además de la película que reseñamos, La señora de Fátima, film de «cine religioso» pero que reproduce también la dialéctica política del tiempo (catolicismo tradicional frente a comunismo). Gil rodó dos versiones de El hombre que se quiso matar, de las cuales la segunda, protagonizada por Tony Leblanc (1970) es la más conocida y televisada.

Federico, un joven arquitecto en graves apuros, es un hombre probo que no puede enfrentarse con honradez al «mundo injusto» del capitalismo urbano. En cambio los capitalistas burgueses, simbolizados por el Sr. Arguelles son pintados con los colores más sombríos de la mentalidad anticapitalista. Hombres avaros, competitivos e insensibles, que roban la verdadera esencia del trabajo humano. La única salida es el lamento nihilista («La vida es completamente estúpida. El mundo carece de razón y de sentido. Esta Tierra en la que vivimos es una gigantesca mentira») y en último término el suicidio.
Solo cuando el protagonista se libera de sus limitaciones morales, al anunciar su muerte, comienza un camino hacia el Más allá del bien y del mal en donde logrará finalmente (dando este rodeo por el «lado oscuro») el triunfo social.
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