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lunes, marzo 31, 2008

El anacoreta (Juán Estelrich, 1976)

Fernando Fernán Gómez interpreta a un "anacoreta laico", escéptico y socarrón en esta tragicomedia de Rafael Azcona, que logra redactar un sólido manifiesto visual de costumbrismo mágico y libertario. Un cuarto de baño es convertido en recinto poético de las utopías fracasadas (hay referencias al fracaso del marxismo) en el que Fernando Tobajas se aísla del mundo exterior, a medio camino entre el anacoreta clásico y el hikikomori de la era electrónica. Además del desencanto ante la posibilidad de una revolución política, el desenlace del film quizás también quiere representar el destino del artista y la imposibilidad de redención por el amor. Martine Audo (Arabel lee), una intérprete prácticamente inédita, viene a ser aquí algo así como la sombra moderna de Beatriz y proporciona las inevitables referencias al destape. A destacar también la presencia breve de Luis Ciges, interpretando a un maître árabe.

Interesante anticipo del ciclo de la escopeta nacional, la película recibió un premio en el Festival de Cine de Berlín, aunque no tuvo el favor del público.

Fernando Tobajas: "Vendrán tiempos en que los retretes estarán llenos de anacoretas".

miércoles, marzo 26, 2008

Mi hija Hildegart (Fernando Fernán Gómez, 1977)

La eugenesia, es decir, la selección artificial de seres humanos con el propósito de mejorar la especie, no fué una idea exclusivamente platónica o fascista, pues también cautivó a muchos socialistas y feministas "progresistas" a partir del siglo XIX. Las ideas de activistas como Margaret Sanger, que promulgaron versiones radicales de la planificación familiar compatibles con la esterilización de los genéticamente débiles, probablemente penetraron en la izquierda libertaria española del siglo XX, encontrando una de sus expresiones más delirantes en Aurora Rodríguez Carballeira (1879 - 1955), progenitora de la malograda revolucionaria Hildegart (1914-1933).

Es cierto que hay cosas que sólo pasan en la realidad. La socialista Aurora Rodríguez concibió a su hija Hildegart (en alemán "jardín de sabiduría"), tras seleccionar al progenitor masculino, un tarambana marino ex seminarista, con la esperanza de alumbrar una especie de mesías del socialismo libertario. Tan alta "misión" consistía nada menos que en erradicar la explotación política del proletariado así como la sexual que sufría la mujer "burguesa". En menos de veinte años de vida, Hildegart llegó a licenciarse en derecho y militar en el partido socialista, del que se desvinculó finalmente. También publicó varios artículos y ensayos promoviendo una educación sexual revolucionaria. Murió en 1933 después de que su progenitora femenina, que consideraba traicionadas sus expectativa mesiánicas, le descerrajara a la muchacha tres tiros en la cabeza y otro en el corazón.

La rocambolesca historia de Hildegart acaba de ser novelada por la escritora Carmen Domingo, y fué llevada al cine en 1977 por Fernando Fernán Gómez.

Acaso lo más interesante del caso Hildegart sea el contraste entre las ideas "progresistas" eugenésicas, basadas en el perfeccionamiento de la biología humana, y el poder de la educación, fundamentado en una confianza casi ilimitada en la plasticidad y la perfectibilidad de la naturaleza humana. En efecto, Hildegart no es una "tabla rasa", los límites de su educación libertaria y socialista se toparán con la "mala sangre" de su progenitor masculino que finalmente terminarán arruinando tan sublime misión.

Políticamente, el asesinato de Hildegart aportó buenos argumentos a la derecha española para mostrar los efectos perniciosos que el feminismo libertario habría de ocasionar a la sociedad. Quizás por esta razón política el tribunal republicano determinó que la acusada, Aurora Rodríguez, era más bien una paranoica irresponsable que una fría asesina. La sentencia favorecía una interpretación psicológica del crimen (incluso en cuanto "crimen compasivo") en lugar de la interpretación ideológica o memética preferida por los conservadores (el feminismo radical como "ideología tóxica").

A decir verdad, Fernán Gómez, él mismo una especie de criptoanarquista, imprime al film un tono de documentalismo y realismo bastante afectado y poco creíble. Empezando por la elección de la protagonista, una bellísima Carmen Rodán que ayuda a proporcionar fuertes dosis de erotismo a la película (rodada en plena euforia del "destape"), pero a costa de traicionar claramente el aspecto original de Hildegart. Por último, sorprende poco que Fernán Gómez y Azcona, autor del guión, hagan suya la interpretación disculpatoria que presenta a la sociedad burguesa, en último término, como la verdadera inductora del crimen.

Hildegart según Fernán Gómez: Mesianismo y destape.

martes, marzo 11, 2008

El asesinato de Trotsky (Joseph Losey, 1972)

Una gesticulante versión cinematográfica del asesinato del célebre líder revolucionario profesional a cargo de Joseph Losey, que también probó suerte con el cine político de temática española en Las rutas del sur. En general, la cinta posee el tono apologético esperado, presentando el trotskismo como el representante honrado de la revolución. Richard Burton, por su parte, apenas consigue imprimir un tono involuntariamente cómico al personaje.

Lo más destacable del film es el empleo que hace Losey de la fiesta taurina como metáfora del estalinismo -y acaso también de la bestialidad hispánica...

El búnker de Trotsky es conservado actualmente como una casa museo.

Leon Trotsky: "Es duro vivir con un revolucionario".

jueves, junio 07, 2007

El diputado (Eloy de la Iglesia, 1978)

Eloy de la Iglesia (1944-2006) pasa por ser el cineasta de la marginalidad por excelencia. Su serie de películas sobre el lumpen hispano (El pico, El Pico II, Colegas, Navajeros &c) durante la transición y los primeros años de la democracia figuran hoy entre los filmes socio-políticos de culto, sobre todo tras recibir el homenaje del festival de San Sebastián -que logró recuperar al guipuzcoano para la prostera Los novios búlgaros (2003).

En El diputado de la Iglesia logró compendiar las consignas ("Socialismo es libertad. Libertad es socialismo", "No hay democracia sin socialismo, ni socialismo sin democracia") y gadgets típicos del izquierdismo español posfranquista, en un momento en que el exilio político regresaba para culminar la "transición" a la democracia (coronada). En esta mezcla de ideología, sordidez y fiesta no faltan el piso clandestino decorado con carteles de Marx, música de los cantautores, banderas rojas, grupos de "fachas" incontrolados, marihuana e incluso un extravagante y poco creíble ménage à troix.

Además, la película es una buena oportunidad para observar las contradicciones entre el espíritu libertario del propio cineasta y el "dogmatismo" con un toque de hipocresía del partido comunista, a cuya causa colaboraba por entonces el de Zarauz. Un diputado recientemente elegido es objeto de un complot tramado por grupos de la ultraderecha, que intentan utilizar la homosexualidad de Roberto Orbea (José Sacristán) para precipitar su hundimiento político. Esta delicada síntesis entre homosexualidad, marginalidad y socialismo encarnada por la relación entre Roberto y Juanito (José Luis Alonso - una especie de reverso "macarra" de Tadzio) iba a terminar deshaciéndose años después, cuando el propio de la Iglesia se confesaba decepcionado con el comunismo "dogmático". Al fin y al cabo, orgía y comunismo no siempre han sido conceptos conjugados. Hace pocos años respondía esto en una entrevista concedida a El Mundo:
-Volviendo a lo de su homosexualidad y su presencia en el PCE...

-Mira, en realidad había un juego no del todo sincero. En aquella época el Partido quería ser tolerante, emerger como un grupo abierto donde no existían dogmatismos. Quería ser moderno, en el peor sentido de la palabra. Y yo lo que trataba era..., bueno, pues de llevarles contra las tablas de eso. De hecho, logré que Santiago Carrillo y todo el Comité Ejecutivo, ya muerto Franco, claro, fueran al estreno de una de mis películas más polémicas, El diputado, donde la política y la homosexualidad jugaban a partes iguales. Ya te digo, lo de ellos era un juego para buscar votos. Luego el Partido se dio cuenta de que los votos estaban realmente en las masas conservadoras, es decir, no yendo a ver El diputado, sino asistiendo a misa o a alguna procesión. Mirando atrás te das cuenta de que fueron muy crueles. No hay que olvidar que durante muchos años llevaron una política de represión y tiro en la nuca. La dialéctica se redujo enseguida.
El diputado también destaca por presentar las nuevas tesis sostenidas por los socialistas sobre el papel del terrorismo en el nuevo contexto europeo. No en vano se presenta a Orbea como un abogado laboralista que defendió a los etarras durante el proceso de Burgos, cuando aún se disculpaba a los independentistas por sus "motivaciones morales". Sin embargo, a partir del armisticio y la llegada de la democracia, las motivaciones de ETA se descalifican como "presuntamente izquierdistas" y su actividad violenta se caracteriza escuetamente como "crímenes contra la convivencia" -en línea con el rechazo "eurocomunista" al asesinato de Aldo Moro en Italia.

Sexo, hachís y dialéctica hegeliana.

domingo, junio 03, 2007

Carlos Saura y la memoria (histórica)

La exploración poética del pasado ya había comenzado con El jardín de las delicias, un ejercicio casi psicoanalítico (vía Luis Buñuel) de instropección en la memoria de un próspero industrial que padece una parálisis cerebral tras un grave accidente. Pero es, especialmente, en La prima Angélica (1973) donde Carlos Saura (el guión también corre a cargo de Rafael Azcona) afina su tesis sobre la simultaneidad "anímica" del presente y el pasado, sincronía imaginativa que le permite presentar cinematográficamente una versión particular de la "memoria histórica" de las izquierdas. De este modo, el oscense no sólo se postula como artista avant-garde que quiere situarse en tensión con el gusto hegemónico ("por ir un más allá de donde debía"), sino también como "cronista" ficticio de la historia de España.

La guerra civil y sus efectos devastadores en la cultura española componen el fondo histórico de buena parte de su filmografía. Implícitamente en La caza, o explícitamente en ¡Ay Carmela!, Saura recorre diversos episodios "psicohistóricos" mediante la inmersión en la memoria fraccionaria de los protagonistas (en cierto modo, mostrando la intersección entre historia e intrahistoria, para decirlo con Unamuno), ajustando cuentas contra la educación religiosa, la vulgaridad de las clases medias o el dominio de la cultura patriarcal, autoritaria y "cinegética" hispana.

Luis (Jose Luis Lopez Vazquez) es el hijo de un padre "rojo" fusilado que regresa a Segovia con los restos de su madre para inhumarlos en el panteón familiar. Pero, al igual que Antonio (en El jardín de las delicias), le resultará imposible completar su viaje al pasado. En la ciudad castellana Luis se reecuentra con la prima Angélica (Luisa Canalejas), con la que vivió un idilio infantil cuando fué alejado de sus padres durante la contienda civil, y que ahora intenta sobrevivir a su frustración familiar. La memoria de este amor incompleto le sirve a Saura para intentar remediar el silencio culpable del pasado, articulando la ya conocida oposición entre la violencia del universo masculino en permanente contraste con el femenino (mientras Luis recibe una azotaina por una de sus excursiones infantiles, a Angélica le peinan el pelo).

Burgueses paralizados.

sábado, mayo 06, 2006

¡Arriba Azaña!

Sobre una novela de José María Vaz de Soto (El infierno y la brisa) dirigió en 1978 José María Gutierrez Arriba Hazaña (parodia titular del célebre «Arriba España» ideado por Ramiro Ledesma), con Fernando Fernán Gómez y Hector Alterio al frente del reparto. La película, de género inexcusablemente político, forma parte del nuevo cine de legitimación democrática, frente al régimen anterior. Manuel Azaña es presentado como el símbolo de la resistencia democrática, en la estirpe de los también sacrílegos Voltaire, Lutero &c.

Entre el cine sociopolítico y el cuento de terror gótico, Arriba Hazaña se sitúa en un colosal colegio religioso que servirá como metáfora del viejo estado y de la corroída mentalidad nacionalcatólica. Los hermanos y sus negras sotanas son la España franquista, mientras que los pupilos rebeldes son la joven España democrática que años más tarde no reconocería (según Alfonso Guerra) «ni la madre que la parió».

La película es una parábola evidente sobre la decadencia del nacionalcatolicismo y el fracaso del «reformismo» del régimen, que encarnó el gobierno fugaz de Arias Navarro y su «espíritu del 12 de febrero». Los intentos por suavizar la disciplinada moral escolar del Hermano Director (Hector Alterio: «Yo siempre estoy dispuesto a dialogar serenamente…») chocan contra el inmovilismo del núcleo duro, representado por el Hermano Prefecto (Fernando Fernán Gómez: «Yo sigo creyendo en la disciplina y en el principio de autoridad»…). Las tenues reformas sólo conseguirán incrementar la rebeldía de los alumnos que reclaman mayor autonomía y libertad, «¡porque no somos unos niños!». El motín sólo será resuelto a medias con la llegada del «cura progresista» (José Sacristán) y su promesa de aperturismo, ante la algazara del pueblo («¡Vivan las elecciones!, ¡Viva la libertad!»)

martes, mayo 02, 2006

Siete días de enero (1979), de Juan Antonio Bardem

Siete días de enero es la película que Juan Antonio Bardem (dirección y guión) consagró a los hechos fatídicos ocurridos el 24 de enero de 1977, por los que resultaron asesinados varios abogados laboristas vinculados al Partido Comunista de España y a Comisiones Obreras. Al suceso se le conoció pronto mediatica y popularmente como la matanza de Atocha. Sin duda, el film es una buena muestra de cine político en el sentido más fuerte; en cuanto cine político partidario, concretamente en cuanto sirve a la lucha política del PCE (el propio Bardem declaró en 2002: «Hice la película porque consideré -y considero-que era mi deber como ciudadano, como cineasta y como comunista»).

Si la materia de la película es inseparable de la dialéctica política de la época, en cuanto a su forma, Bardem añade materiales documentales «reales» a los elaborados de modo ficticio, con lo que pretende proporcionar un mayor realismo a la cinta, una mayor potencia legitimadora y moral. Por ejemplo, incluyendo al final imágenes reales, documentales (no ficticias) procedentes del entierro de los asesinados.

La tesis política que desarrolla cinematográficamente el comunista Bardem coincide con la idea de la «estrategia de la tensión», al modo fascista. Según esto, los hechos de Atocha constituirían una «provocación» fascista destinada a desequilibrar a los grupos de lucha obrera, esencialmente pacíficos. Bardem convierte en realidad cinematográfica esta idea partidaria; los comunistas aparecen como luchadores por la libertad del porvenir, en cambio, los «fascistas» vinculados a una caduca burguesía franquista («la cruzada de liberación no ha terminado todavía»), al clero, a la policía y a la milicia, son retratados sin reparar en gastos retóricos. Se cuestiona incluso la estética, o la misma sexualidad de los «fascistas»; episodios por cierto nada desdeñables, ya que permiten reforzar la impresión de gran decadencia de la «extrema derecha» española. Esta «derecha fascista» actuaría movida por impulsos más etológicos que morales o auténticamente filosóficos, y ello frente al desprendimiento e idealismo de los militantes comunistas. Se subraya, paralelamente, el contraste entre la unidad idealista y el cooperativismo de los comunistas, y el caos de corrupción, desunión y desconfianza que reina entre los «fascistas». Otro elemento a considerar: mientras que los fascistas apelan a la defensa de España, los comunistas lo hacen a la solidaridad de clase, al progreso y la «libertad».

Por supuesto, el partidismo de Bardem tiende a remarcar lo que el recientemente fallecido Jean François Revel llamó la gran «mascarada» de la izquierda. La violencia de la izquierda, que existe accidentalmente, sólo puede ser una violencia legítima, puesto que se ejerce desde la idea de una moralidad superior: la lucha por la emancipación obrera, y de la misma «humanidad». Mientras que la violencia de la derecha, que existe necesesariamente, en virtud de su propia naturaleza, solo puede aparecer como una «provocación» o una especie de regurgitación del instinto animal, de la lucha por la ambición personal, de las bajas pasiones &c.