miércoles, abril 09, 2008

La laguna negra (Arturo Ruiz Castillo, 1952)

El cine español cultivó algunas perlas de "drama negro" justo en el momento en que el escenario de aquella sociedad agraria y tradicional comenzaba a desaparecer definitivamente, ante la inminente urbanización y "desarrollo" que el país estaba llamado a experimentar. La laguna negra es, junto a Condenados (Mur Oti, 1953) o El indulto (Sáenz de Heredia, 1960) uno de los ejemplos destacados.

Ésta es la adaptación cinematográfica de un poema de Antonio Machado, La tierra de Alvargonzalez, incluído en Campos de Castilla, un acontecimiento cultural singular teniendo en cuenta que se trata de la primera película española que adapta una obra del poeta. Quizás para suavizar la negra descripción que hace Machado, de esa España que escucha detrás de las puertas y se desangra en conflictos intestinos, la película incluye el siguiente prólogo exculpatorio:

Lo cual no deja de recordar aquel otro cartel que los pudibundos editores franquistas insertaron al inicio de Sin novedad en el alcazar, con el fín de situar el relato bélico dentro de un heroísmo general no reducible a las circunstancias locales.

Ruiz Castillo aborda aquí una adaptación bastante fidedigna, naturalista y estéticamente enfática, siguiendo el canon dramático de la época. La historia trata de una maldición familiar, símbolo de la contienda entre mala y buena sangre y, quizás, remoto reflejo psicológico de las "dos Españas", y acaso de la tercera (a través del indiano que retorna a casa, interpretado por Fernando Rey). Una maldición, por cierto, urdida por la inteligencia femenina (personaje interpretado por Maruchi Fresno) en permanente contraste con el otro modelo de mujer (María Jesús Valdés) amante y compasivo.

Fernando Rey: "Los hombres de corazón van siempre delante de la justicia".

viernes, abril 04, 2008

Suspenso en comunismo (Eduardo Manzanos, 1956)

A pesar de cierta imagen convencional, el cine de "propaganda franquista" no fué demasiado prolífico. La ideología conservadora dominante, más que las doctrinas elaboradas por el régimen, pregnaron, desde luego, en todos los ambientes de la cultura, pero en general la industria cinematográfica emergente tomó caminos más comerciales que netamente ideológicos o propagandísticos. El cine de "interés nacional" estaba condenado a convertirse en producciones populares de "interés comercial". En cierto modo, por eso Suspenso en comunismo resultará, al menos a primera vista, una excepción algo estrafalaria.

Aunque la realización y el guión corren a cargo del poco conocido Eduardo Manzanos, no hay que olvidar que el autor de ésta historia es nada menos que Miguel Mihura, uno de los autores teatrales y cinematográficos españoles más relevantes, que apuesta aquí por el mismo costumbrismo compasivo sobre las "dos Españas" que volverá a reproducir en Ninette. Alfredo Mayo, Antonio Vico y Juanjo Menéndez son tres exilados políticos en Francia a los que se asigna una misión de sabotaje contra el turismo español que se verá truncada desde el principio, cuando confunden a su "contacto" en la frontera con un simpático cura vasco. Una vez en España, los titubeantes comunistas serán redimidos a la vida burguesa por obra y gracia del cognac, las mujeres y el fútbol.

Más que un film "anticomunista", Suspenso es una extravagante comedia política que ironiza sobre el papel de las ideologías. En este sentido Mihura no exalta el nacionalcatolicismo ni siquiera de forma implícita, sino que parodia el partidismo y la ingeniería utópica que trata inútilmente de desalojar al hombre de sus lugares "naturales": la amistad, la familia, la religión, la propiedad privada. Mihura es un suave reaccionario, un escéptico tranquilo y socarrón. En su texto no faltan críticas muy sutiles a la beatería hispana o las contradicciones sociales, así como guiños al "progresismo" moral de las costumbres que contrastan con las visiones más sombrías del clericalismo.