I
En este post quisiéramos responder a la pregunta de si hubo o no cine político en la II República española. Para muchos historiadores la respuesta es afirmativa, bien sea que este cine apoye a la, según ellos, “primera democracia española”, bien sea un instrumento de la propaganda ideológica de los sectores conservadores, tradicionalistas y religiosos. Nosotros, en cambio, creemos que no se puede aplicar, en ningún sentido relevante, el calificativo de “cine político” a los films realizados en la II República. Un simple vistazo al mercado cinematográfico durante la república señala que los temas preferidos por el público eran los folklóricos, populares, castizos, regionalistas, de curas, toreros, gitanas y baturros. Interpretar estas películas ya sea en sentido de propiciar la “convivencia democrática” (presentando personajes populares y no “burgueses”), ya sea en el sentido de alimentar al vulgo con historias de valores tradicionalistas, no es más que un abuso de una peculiar práctica de “metodología de la sospecha”, abuso que se ve bien claro al justificar ambas posiciones por igual. “Nobleza baturra” (1935), se ha interpretado por igual como la exaltación de los valores y las gentes del “Pueblo” (y por tanto, de la “democracia”), como la justificación inmovilista de valores rancios y carpetovetónicos por parte de la “derecha” más repulsiva.
En concreto, Román Gubern, en su artículo dedicado al cine de la II República española en el libro “Cine español. 1896-1983” (1984), se apunta a las tesis que explican las películas del período republicano como instrumentos de propaganda por parte de las tendencias “reaccionarias”, “premodernas”, capitalistas (?) y anti-republicanas de España. Empieza su artículo afirmando el carácter de propaganda del cine republicano:
“…agudizar los conflictos sociales y a reforzar con ello la función del cine en tanto que instrumento de difusión ideológica y de propaganda, de codiciado control en la escena política. Tal función social debe valorarse también en relación con el incremento del tiempo libre – reducción de la jornada laboral a cuarenta y cuatro horas semanales y a ocho horas en el campo – y con los incrementos salariales acordados en este período, que dieron un gran impulso al consumo cultural y a las industrias del ocio.” (pag. 32)
Sin embargo, nos encontramos en realidad que:
“La mayor parte de la producción del período republicano anterior a la guerra civil estuvo dominado por el provincianismo costumbrista o ruralistas, cuyos géneros privilegiados fueron la españolada, la zarzuela y el cine clerical” (pag. 34)
Es interesante resaltar que Gubern apunta en el primer texto el carácter de mercado, de negocio, que tiene el cine, aunque las razones que ofrece sean altamente discutibles (incremento de tiempo libre y de salarios durante la II República). A pesar de esto, no infiere que los temas de las películas son los favoritos del público, los que van a ver a los cines y que, por tanto, resultan más rentables a las productoras. Para Gubern la causa de que en las pantallas se vieran historias tradicionales de honor, de toreros, de monjas, historias tomadas muchas veces de las zarzuelas y los sainetes, es más bien la “burguesía conservadora”:
“La burguesía inversora en este campo de la industria del ocio procedía de los sectores más conservadores, culturalmente alicortos y económicamente oportunistas, de tal modo que, si durante la II República ciertos productos de la industria cultural, como el libro o el teatro, recibieron un serio impulso en su condición de medios culturales socialmente legitimados, el cine siguió estando confinado en el ghetto del espectáculo trivial de evasión y de alienación popular.” (pag. 34)
Esta burguesía conservadora se aprovecharía del alto índice de analfabetismo, sobre todo de Galicia y de Andalucía, para ahogar sus ansias “reformistas” mediante españoladas machistas, de bajísima calidad, llenas de “supersticiones religiosas”, tradicionalistas y populacheras.
Nosotros, por nuestra parte, preferimos explicar la recurrencia a temas folklóricos, religiosos y sainetescos, no a una malvada intervención de la derecha burguesa y eclesial, sino sencillamente a que estos eran los temas que la gente quería ver en el cine. Esa “burguesía inversora” no era “culturalmente alicorta” por su maldad intrínseca, sino porque no quería arruinarse y perder su dinero invertido en producciones que hubieran hecho las delicias de Gubern y amigos, pero que nadie hubiera pagado un real por ir a verlas al cine.
Las grandes estrellas de nuestra pantalla, como Estrellita Castro, Imperio Argentina o Carmen Amaya, eran las que participaban en tales películas. “La hermana San Sulpicio” (1934), “Rosario, la cortijera” (1935), “Nobleza baturra” (1935), “María de la O” (1936), “Morena Clara” (1936), fueron grandísimos éxitos. El mismo Gubern no deja de reconocer, por ejemplo, el enorme éxito de “Nobleza baturra”, aunque lamentándose de ello. De esta película dice:
“Documento involuntario de las costumbres, la condición femenina y la moral conservadora de la España agraria, exaltada por Florián Rey, su éxito fue muy grande y en algunos cines se detenía la proyección y se volvía la película atrás para repetir alguna escena musical, como en el teatro” (pag. 38)
Gubern no ve en “Nobleza baturra” una película económicamente exitosa, de gusto quizá discutible y trasnochado, sino la confabulación de la burguesía conservadora para adocenar al Pueblo.
La postura de Gubern llega al ridículo al contraponer la productora CIFESA con la productora Filmófono. La primera produjo la mayoría de las películas clericales (que para Gubern fue un “instrumento ideológico de las fuerzas derechistas y de la Iglesia católica”), mientras que la segunda sería la representante de las fuerzas reformistas, liberales e izquierdistas. Ahora bien, cuando nos ofrece la lista de las películas producidas por una y otra, no vemos en realidad tal contraposición. CIFESA produjo, por ejemplo, las películas de Florián Rey y de Benito Perojo, mientras que Filmófono, “Don Quintín el amargao” (1935), basada en un sainete de Arniches y dirigida por Luis Marquina, las comedias de José Luis Sáenz de Heredia “La hija de Juan Simón” (1935) y “¿Quién me quiere a mí?” (1936), o el sainete cuartelero “¡Centinela alerta!” (1936) de Jean Grémillon. La “izquierdista” Filmófono produjo, por tanto, comedias y sainetes al gusto popular, igual que CIFESA. Eso sí, el éxito popular de las películas de Filmófono le parece muy bien a Gubern:
“ (Filmófono) puede valorarse como un intento meritorio de crear en la España republicana, en donde la industria cinematográfica apenas existía, unas obras capaces de conseguir, con cierta solidez, la sintonía con su público popular, el único que, como clientela, podía hacer viable con su demanda y su adhesión la construcción de una industria cinematográfica” (pag. 43)
Y remata su juicio:
“La significación liberal o progresista de la mayor parte de los profesionales que trabajaron en Filmófono se demostró con su exilio internacional al producirse la derrota republicana, mientras que la empresa rival, Cifesa, pasó a convertirse en un próspero bastión del cine franquista” (pag. 43)
¿Acaso Luis Marquina o José Luis Sáenz de Heredia (director de “Raza” o “Franco, ese hombre”) se exiliaron? Gubern debe estar pensando en Buñuel, trabajador también en Filmófono. Los demás directores simplemente no importan.
En resumen, para nosotros no se puede hablar de un modo relevante de “cine político republicano” en la II República española. Ni siquiera de cine de propaganda. Los que así hablan realizan una hermenéutica más que sospechosa y del todo punto injustificada. Los mayores éxitos del cine republicano (y también las películas más interesantes) fueron “Nobleza baturra”, “Morena Clara” (ambas de Florián Rey), y “La verbena de la Paloma”, de Benito Perojo. Estas películas muestran bien cuáles eran los gustos de los espectadores y qué tipo de películas se producía para ganar dinero.
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