Reina santa (1947, Rafael Gil) forma parte de la edad de oro del cine histórico español. Si bien no se trata de un ejemplo prístino de «cine político», la película recibe indirectamente un significado político (además de religioso y moral) indudable.
Lo que resulta interesante de Reina Santa es, sobre todo, la dialéctica filmada entre el poder político, representado por el rey Dionis de Portugal, y el poder religioso, representado no sólo por los ministros de la iglesia, sino por la influencia espiritual de la esposa del Rey, la «reina santa» Isabel, hija de Pedro II de Aragón. Por supuesto, este significado filosófico-político-religioso, que Gil narra con maestría, pasará prácticamente despercibido a los «analistas» cinematográficos corrientes y a la mayoría de los cinéfilos sublimes españoles, muy dispuestos en cambio a fijar su atención en detalles más bien secundarios, como el decorado de «cartón piedra» (en realidad, los decorados no están nada mal).
Otro film español, más o menos contemporáneo, en donde puede rastrearse esta tensión tradicional entre el poder temporal y religioso lo hallamos en la mítica Balarrasa (Nieves Conde, 1952), obra que narra la conversión de un legionario que termina como misionero en Alaska. Este carácter a la vez de misión y de colonia, de poder temporal y espiritual, es el mismo que atraviesa la historia del Imperio Español. Por Dios hacia el Imperio y por el Imperio hacia Dios.
La «reina santa» representa, en la película de Gil, el principio mediador, espiritual, católico, capaz de ablandar a los opuestos y limitar el poder gubernamental absoluto. Por mucho que Maquiavelo tuviera a la vista la obra política de Fernando el católico, nuestros reyes no fueron nunca príncipes maquiavélicos (representados en el film por el hijo legítimo del rey, interpretado por Fernando Rey), «predicadores de la maldad» y del poder absoluto, sino príncipes cristianos, al modo de Castiglione (autor del Libro de cortesano) cuya virtú no podía ser separada de la misión católica y moralizadora. De otro modo, no podríamos trazar ninguna diferencia entre el Imperio Civil y el Heril, al modo de Sepúlveda; o el imperio depredador y generador, al modo de Gustavo Bueno.
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