Dragon Rapide, dirigida por Jaime Camino en 1984, con guión de este y del historiador de cine Román Gubern, forma parte de un conjunto de obras (otro guión escrito por Román Gubern, de similiar temática, es el de Espérame en el cielo) que, dentro ya del «cine democrático», intentaron ajustar cuentas con la historia del franquismo. Esta película, que contó con el asesoramiento de Ian Gibson, toma claro partido por las tesis difundidas por la historiografía afín a la izquierda y el frente popular. En este sentido, y con la debida perspectiva, cabe adscribirla dentro del cine político partidario, y no tanto dentro del «cine histórico».
Dragon rapide narra la historia de los preparativos y el desencadenamiento del llamado «alzamiento nacional» del 17 de julio de 1936. Como es sabido, dos días más tarde Franco embarcaba en el Dragon Rapide, para realizar el trayecto de Melilla hasta Tetuán, y poder ponerse al frente del ejército africano. Esta modalidad de transporte, a través del «puente aéreo» establecido entre África y la península, tendrá una peculiar importancia en los inicios de la guerra española.
Los autores del film pintan un cuadro negro de los «alzados» (Franco, Mola, Queipo), subrayando su carácter autoproclamado de misión y su patriotismo arbitrario. Un patriotismo fanático y criminal, afecto sólo a la bandera y opuesto, en consecuencia, a la «legalidad» republicana.
Desde el inicio, la intención es ridiculizar tanto la figura personal del dictador, como la de su familia. Se muestra a Franco realizando operaciones cotidianas, prosaicas, como afeitarse el bigote, bañarse, o acostarse. Puede verse, por ejemplo, como Franco es llevado en volandas (¿un hecho histórico?) en la playa de Melilla, antes de embarcarse en el Dragon Rapide. Incluso la hija del matrimonio es objeto de burlas y sátiras, presentándosela como una niña estúpida, producto de la crianza burguesa y militar española. Carmen Franco es retratada como una mujer ambiciosa y de pocos escrúpulos, pero con un gran ascendente sobre su marido. «Tú si que puedes salvar a la patria. Y mandar, Paco, mandar. ¡Y todos detrás de ti!».
Más caricaturas. Se presenta a Calvo Sotelo como un patriota fanático, vinculado con el fascismo joseantoniano, y siempre dispuesto a vulnerar el «orden republicano». Se equipara la muerte de Calvo con la del Teniente Castillo («primero mataron al Teniente Castillo, ahora a Calvo-Sotelo, ¡esto no tiene arreglo!»), poniéndose entre paréntesis toda la violencia revolucionaria, o los crímenes políticos de la izquierda que, según la estimación de Stanley Payne, superaron incluso a los «fascistas». También se alude a la «sanjurjada» fallida, pero no al golpe de 1934. En el funeral de Calvo queda bien subrayada la presencia de simbología fascista (los asistentes alzan el brazo y gritan «¡Viva el fascio! »).
Merece destacarse el final de la película, con Pau Casals lamentando el alzamiento en lengua catalana y a continuación dirigiendo unos compases de la Novena Sinfonía. Se da a entender, con ello, la expectativa europea y universalista de los autores del film («España es el problema, Europa es la solución»), redención poética (superioridad de las letras -en sentido general, las artes- sobre las armas) de todo estrecho nacionalismo que no sea el europeo o el catalán.
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