La breve publicación “La cinematografía y las artes” (Madrid, 1952), de José Camón Aznar nos ofrece una excelente oportunidad de analizar la reflexión de un filósofo durante el período clásico del cine español. Suponemos que su labor es un buen ejemplo de reflexión filosófica no implantada en la realidad, abstracta, y por ello en buena medida extravagante, distinta de las ideas que elaboran los trabajadores del cine. Los cineastas han de tener algún tipo de idea sobre la actividad que realizan, a no ser que sean autónomatas. Estas ideas están, por decirlo de alguna manera, mucho más cercanas a la actividad cinematográfica que las que suelen exponer los filósofos. No quiere esto decir, por supuesto, que las nubes ideológicas de los cineastas sean menos basura que las de los filósofos exentos de la realidad. Sin embargo, son necesarias a fin de reconstruir las operaciones de estos mismos cineastas. José Camón Aznar no tiene la necesidad de dar cuenta de ninguna actividad cinematográfica, y más bien se limita a trasladar al cine ciertas teorías, muy abstractas, que ya había expuesto a propósito de la pintura. Sin influencia efectiva en el mundo del cine, este texto queda en el limbo de la basura ideológica.
II.- El color en el cine
El librito comienza criticando, de un modo que hoy día nos parecería extravagante, las películas en color. El razonamiento, muy abstracto, sería el siguiente: la verdadera realidad se capta mediante la subjetividad del artista; por tanto, el mero reflejo fotográfico del color es una distorsión de la verdadera realidad, por lo que las películas en color no son más que pálidos fantasmas irreales. En el fondo, Aznar criticaría el realismo fotográfico, considerado en el fondo antirrealismo, a favor del auténtico realismo que se conseguiría, paradójicamente, mediante la intervención subjetiva y poco natural del artista.
Camón Aznar comienza afirmando que:
“el color en arte es siempre artificial. Cada escuela y aun cada artita ve la naturaleza con unas tintas diferentes. Y estas versiones pictóricamente arbitrarias son, sin embargo, las que nos dan una impresión más mordiente y viva de la realidad”.
Es en el color donde, precisamente, se decanta el alma del pintor, y no así en el dibujo, “que ciñe siempre relieves naturales”. El color “no existe en la realidad, sino en el alma del artista”.
Una coloración fotográfica, propia del cine, resulta “lacia y miserable”. Las películas en color, por un lado, presentan un mundo irreal:
“Nos entregan un mundo desvanecido, de opaca materia, con unas pesadas entonaciones oscuras, con cielos macizos y fisonomías pálidas o amuñecadas (…) Mucho más que en las cintas monocromas, en estas coloreadas nos representa el cine un universo de fantasmas. (…) Y hasta nos atrevemos a afirmar que cuanto más progrese la técnica y con mayor acuidad refleje la realidad, las películas resultarán más vagorosas y mortecinas y en definitiva más infieles a esa misma realidad”.
Además, estas películas inhiben la imaginación de los espectadores:
“No sólo cada artista, sino cada hombre ve el mundo con una coloración distinta. Y todos nos sentimos traicionados cuando en el cine advertimos una policromía que es posible que sea la real, pero que desde luego no es lo que nosotros percibimos o imaginemos. (…) Con sólo las imágenes en blanco y negro, la imaginación evoca un mundo que puede adaptarse a su personal concepción de la naturaleza. Y es este margen concedido a la intimidad del espectador lo que hace que este cine monocromo tenga más puros valores estéticos que el cine en color”
Camón Aznar también se muestra contrario a las películas históricas, que tanto éxito (y algún fracaso) habían cosechado en el cine español de los 40 y principios de los 50. Reconoce que el pasado tiene una “dimensión espectacular”, que ofrece oportunidades de mostrar escenarios monumentales y ambientes exóticos que atraen al espectador. También reconoce un “interés pedagógico” en estas películas para gente que no lee libros de historia. Pero hasta ahí llega su reconocimiento. Estas películas carecen, según él, de “valores estéticos”.
La razón que da es que estas películas presentan “anacronismos íntimos”. No éstos son los anacronismos en la vestimenta o en el escenario. Este tipo de anacronismos no preocupan a Camón Aznar, sino los anacronismos que podríamos llamar idealistas.
“Una época no es sólo un conjunto de atuendos y ambientes distintos de los nuestros. Es, sobre todo, un repertorio de ideas y de costumbres que modelan de una manera singular las fisonomías y actitudes. Nunca un hombre de hoy, por gran cómico que sea, se podrá subrogar en la personalidad de un antiguo”.
Aunque no lo declare explícitamente, Camón Aznar está ejerciendo la idea del “Zeitgeist” (espíritu del tiempo). Cada período histórico estaría unificado por una serie de ideas (procedentes de un espíritu). Estas ideas unificarían, en un ejemplo del mismo Camón Aznar, tanto las “facies romanas” como los pliegues de las togas: rostros y pliegues mostrarían el estoicismo romano. Sería este “Espíritu del tiempo” lo que el cine sería incapaz de captar, por situarse en otro período histórico con su propio “Espíritu”.
IV.- Irrealidad del Arte
Ahora podemos entender la paradoja de la afirmación de Camón Aznar de que el realismo en realidad es anti-realismo, y que la deformación espiritual en el auténtico realismo. La pieza que faltaba en este jueguecito ideológico era el espiritualismo. Si en la realidad se manifiestan las ideas y valores del “Espíritu del tiempo”, un acercamiento anti-espiritualista a la realidad la distorsionará. Gracias a los artistas geniales, que distorsionan lo que sus ojos ven a favor de las ideas que se manifiestan en la realidad, ésta puede mostrarse tal como realmente es.
Esta “auténtica realidad” no es la realidad cotidiana y materialista, óptica, fotográfica, sino la realidad poética y sublime.
“Un empacho de realidad alejará del cine a la humanidad con un poco de espíritu. El Arte es siempre liberación del cotidianismo. Y este mundo táctil, plebeyo y cercano, es el que el cine quiere utilizar en unas historias que con este material tendrán que ser tambien crudas y vulgares”.
La única referencia que hace Camón Aznar a una película real es El Escándalo (1942), de José Luis Sáenz de Heredia, adaptación de la novela decimonónica de Alarcón. Critica en esta película el excesivo detalle realista:
“Observemos los escenarios de las viejas películas. Todas se hallan abrumadas de accesorios que tienden a reconstruir con fidelidad el ambiente del film. Y, sin embargo, esa escenografía nos produce una impresión confusa. Le perjudica a sus cualidades emotivas. En la película española El Escándalo, la acción no alcanza su plenitud dramática por esa exuberancia de muebles y accesorios isabelinos que encombran su escenografía”.
Para sacar a luz la auténtica realidad (poética, sublime), el cineasta debería idealizar sus películas, no cayendo en el detallismo fotográfico, sino escogiendo de acuerdo a las ideas, valores y emociones que intenta expresar.
3 comentarios:
Extraordinario análisis.
Si "el realismo en realidad es anti-realismo" y "la deformación espiritual es el auténtico realismo", entonces Patino es un gran artista realista.
Acabo de descubrir su blog y estoy gratamente sorprendido. Por otra parte, yo creo que Patino debió leer a José Aznar..
Reconozco que me pierdo un poco. Pero ánimo, muchachos.
Publicar un comentario