«El CINE ESPAÑOL REALIZADO BAJO LA PROLONGADA DICTADURA del general Franco constituye un corpus precioso para quien quiera estudiar los fenómenos culturales patológicos, las perversiones de la imaginación, las frustraciones colectivas el cretinismo como sistema y modelo artístico. Su estudio resulta más fructífero e idóneo para el sociólogo, el antropólogo y el psicoanalista que para el historiador de arte.»
De una manera tan rampante comienza el prólogo que Román Gubern, semiólogo y autor de numeroros libros y ensayos sobre cine y televisión (como puede verse en su prolongado curriculum vitae), escribió para Un cine para un imperio, de Paco Ignacio Taibo I (Editorial Oberon, 2002).
Lo que está diciendo el condecorado Romà Gubern (medalla de la Asociación Española de Historiadores de Cine, entre otros laureles de mucho postín) es, ni más ni menos, que el cine español durante el «franquismo» ni siquiera merece ser considerado como «arte», sino a lo sumo como un peculiar catálogo de parafilias de la imagen a disposición de los botánicos de las perversiones fílmicas, por decirlo así. La distancia con la que este analista cinematográfico contemplaría al cine español durante la «prolongada dictadura» sería análoga a la lejanía que media entre un botánico y un Pinus Sylvestris, pongamos por caso. O bien, la distancia que media entre un psicoanalista, armado con la Psychopathia sexualis de Sigmund Freud, y sus pacientes fetichistas.
Esta «naturalista» interpretación de nuestro ilustre semiólogo catalán, por cierto, se puede coordinar bien con las premisas de la idea A1 del «tiempo de silencio» (a partir de la novela de Luis Martín Santos), tal como la concibió Gustavo Bueno en un magnífico artículo de hace ya algunos años. Semejante idea es así descrita:
«(…) podría decirse que el concepto A1 de «tiempo de silencio» es un concepto estándar en nuestro presente, tal como es entendido por todos (y son la mayoría) de quienes hablan de una «transición democrática» que dejó atrás a la «dictadura» del General Franco (…) El «tiempo de silencio» A1 es, sencillamente, al menos en extensión (y, en gran medida también, se supone que en la definición del concepto derivado de «dictadura»), el tiempo de la dictadura franquista, los «cuarenta años» contados, bien sea desde 1936 a 1975, bien sea contados desde 1939 a 1978. Después del «tiempo de silencio» nos encontramos en el «tiempo de la libertad», que será, ante todo, «libertad de expresión» (¡habla, pueblo, habla!), «libertad de prensa», «libertad de opinión», «libertad de cátedra»; en resumen, las «libertades» derivadas del hecho de haberse roto las mordazas que imponían el silencio en el período de la «dictadura.»
En suma, el cine español «franquista» aún no habría desarrollado una plena existencia artística y estética, esencia y existencia que sólo podría alcanzarse con la llegada del «cine democrático». El cine «silencioso» de los «cuarenta años» (silenciado por la censura) daría paso al cine «sonoro» de la democracia, en donde las fuerzas productivas de las artes y de la «cultura» se liberan finalmente haciendo sonar sus bellos trinos y cantos libertarios.
Para apoyar una tan alumbrada «tesis», Román Gubern propone esta triple división del cine durante el franquismo: «un cine militante y halagador al servicio de la ideología fascista del régimen, la de un cine acomodaticio motivado básicamente por razones comerciales y la de un cine de vocacíon indeológica disidente (como el de Juan Antonio Bardem, Marco Ferreri o Carlos Saura)». Y Santas Pascuas. Nótese el desprecio aristocrático con el que Gubern trata al cine sencillamente comercial, el que tiene presente los gustos del público. Este cine «de mercado» es para el sublime semiólogo un cine meramente ¡acomodaticio! Y nótese también la doble vara con la que Gubern trata las distintas militancias del cine español. Mientras que los militantes en el «franquismo» son meros «halagadores» al servicio de la ideología, los militantes de izquierda (Bardem, Saura…) son neutrales «disidentes». ¿Es que Siete días de enero no es, de la misma forma, cine político muy militante, aunque de signo comunista? Y entonces, ¿dónde situar el cine de Edgar Neville, Ladislavo Vajda o Manuel Mur Oti? Más preguntas capciosas y cínicas: ¿Entra Mi Calle, Cielo negro o El cebo en alguna casilla de esta virtuosísima clasificación?, ¿Con la democracia coronada se terminó el cine «acomodaticio»? Bueno…esto puede que sí, dado que el público de nuestro país cada vez se «acomoda» menos al cine hecho en España, a la luz de los magros resultados comerciales de nuestra industria cinematográfica, o lo que sea.
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